Estamos rodeados de metodologías. Podemos encontrar una para poder conseguir de manera ordenada casi cualquier cosa que nos propongamos. Los nombre cada vez son más exóticos y llamativos pero, en el fondo, los fundamentos son los mismo combinado ligeramente diferentes.
Las metodologías son el aliado perfecto para conseguir los objetivos de manera eficaz evitando dar vueltas en redondo. Solamente es necesaria un ingrediente para que tengan un impacto elevado: la contextualización.
Cada empresa es única, cada proceso es único, una empresa o un proceso en diferentes etapas de su vida es único y por ello es necesario destilarlo bien antes de poner cualquier iniciativa en marcha. Todavía más importante si cabe es ser capaz de entender todo aquello que no se dice; ser capaz de leer entre líneas, para poder identificar los intereses, miedos o bloqueos que no han sido verbalizadas. La metodología es importante pero son las personas las que marcan la diferencia.
Un buen agente del cambio debe tener precisamente eso, la capacidad de percibir no solamente lo evidente sino también de entender aquellos matices que puedan ser claves para el desempeño del proyecto. Si esto se hace de manera adecuada el despliegue de la metodología sencillo, sino, es muy posible que el proyecto nunca llegue al puerto deseado o que la energía para hacerlo sea exponencial a la inicialmente esperada.